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En cien días, el mundo se paralizará con el inicio de la máxima fiesta del balompié. Estarán todas las figuras, los mejores entrenadores y los 32 equipos más exitosos del planeta; además, los ojos de todos los amantes de este fenómeno social llamado futbol, estarán puestos en lo que ocurra dentro de los 10 estadios que albergarán los 48 partidos de una Copa del mundo que, desde su designación, ha sido fuertemente criticada.
Desde su designación, el 16 de mayo del 2004 por el Comité Ejecutivo de la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA), la Copa del Mundo de Sudáfrica ha sido objeto de señalamientos que aún hoy, a cien días para que se inicie la gran fiesta, cuestionan aspectos de seguridad, transporte, hospedaje, infraestructura, comunicaciones y asistencia a los estadios.
Muchos dicen que será unMundial organizado en un continente caracterizado no solo por sus bellezas naturales y su maravillosa cultura, sino por sus problemas socioeconómicos.
La apuesta de la FIFA por Sudáfrica fue porque este país posee los mejores estadios de África; muchos de ellos en pleno funcionamiento, otros con necesidad de reformas y algunos nuevos; además del respaldo de figuras como el Premio Nobel de la Paz y ex presidente sudafricano Nelson Mandela, así como de empresas, medios de comunicación y, en teoría, millones de aficionados sudafricanos.
Arduo trabajo
Sin embargo, el camino no ha sido fácil. La construcción de los estadios —algunos aún pendientes de recibir los últimos detalles— ha estado marcada por huelgas de trabajadores.
A eso se debe agregar los graves cuestionamientos —incluso provenientes de altos funcionarios de la FIFA— que ha recibido la seguridad que pueda brindar el gobierno sudafricano, aunado a confrontaciones entre las autoridades y las empresas de servicios turísticos ante denuncias de cobros exagerados, sobre todo en hoteles, transporte y alimentación.
Por si fuera poco, semanas atrás, Mandela y el presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, tuvieron que pedir a sus conciudadanos que se involucren más en el mayor acontecimiento que haya organizado ese país, pues testigos, reportes de prensa y las mismas autoridades confiesan que aún se debe trabajar en la tarea de convencer a los sudafricanos —de quienes, por cierto, muy pocos han podido comprar las aún disponibles entradas para los partidos— de que el Mundial pertenece a todos.
Lo que sí parece inevitable será el contraste con relación a otros mundiales, en especial con el anterior celebrado en Alemania, donde todo lo extrafutbolístico rozó la perfección. En Sudáfrica no se pueden ocultar las diferencias económicas y raciales entre sus habitantes, ni mucho menos borrar de tajo las estadísticas delincuenciales; pero lo que sí es cierto es que los organizadores no han escatimado esfuerzos para garantizar que nada ocurra más allá de lo que se supone ha de ocurrir en un Mundial: fiesta y más fiesta, tras un balón.
Sea como sea, la fiesta mundialista está a la vuelta de la esquina, y lo más importante, el buen futbol, parece estar más que garantizado con la presencia en la cancha de los mejores futbolistas del mundo.
Si las estrellas hacen lo que tienen que hacer, los problemas podrán quedar en el olvido y hasta se podría hablar luego del 11 de julio, cuando el campeón levante la Copa, del mejor mundial de todos los tiempos, como quieren los organizadores o, por lo menos, de una experiencia distinta.
